Almudena Ocaña Arias acaba de publicar con Libros Indie un esperpento con el que muchos se están desternillando este verano.
Esta autora gaditana cuenta además con una publicación de carácter didáctico: Cómo amanso a mis fieras (Ed. Desclée). Ha sido premiada en algunos concursos literarios como el Certamen de Relatos Victoria Sendón que cada año se convoca desde el área de Servicios Sociales e Igualdad del Ayuntamiento de Écija; el IV Concurso de Relatos Cortos Historias del Café, convocado por el Café de Levante de Cádiz (continuando el relato de Almudena Grandes La vida de Mel); o el I Premio de Relato Corto Manuel Sánchez-Sevilla, convocado por el Ayuntamiento de La Carlota (Córdoba).
Ha colaborado con la revista infantil El ático de los gatitos y la revista digital El Tercer Puente. También ha participado en proyectos colectivos como La liga de las mujeres extraordinarias y Arquetipos para una pandemia.
Comencemos por el principio:
¿Y tú de quién eres?
Pues mira, me alegra que me hagas esa pregunta, porque yo soy muy de barrio y muy de plazoleta. No soy de sacarme la silla a la puerta de la calle porque ya no se estila, pero en mi infancia sí que lo fui. Soy una muchacha criada entre la Viña y el Balón. Estudié en la “Aneja”, en Valcárcel, en Filosofía y Letras y en el Conservatorio cuando estaba en la Torre Tavira. Así que fíjate el mundo que tengo yo recorrido. Voy a Puerta Tierra y me da vértigo. Mi padre era ATS del Olivillo y mi madre cosía para la calle. Ahora estoy de profe en La Luisiana (Sevilla). Si quieres mi fe de bautismo, la tienen en San Lorenzo.
En tu libro comienzas citando Las mil noches de Hortensia Romero y clasificas tus relatos como costumbrismo surrealista. Explícanos…
Fernando Quiñones es uno de mis referentes literarios, un modelo al que sigo igual que Elvira Lindo, Carmen Martín Gaite, Juan José Millás o Ana López Segovia. Yo intento aplicar la técnica de fusionar lo culto con lo popular, además de observar detenidamente el panorama que me rodea para reinterpretarlo en versión cómica, como se hace en carnaval. A mí no me ha hecho falta salir del casco antiguo para buscar la inspiración de mis relatos. Tú te das una vueltecita por La Caleta, la Plaza de la Reina o la calle de la Palma antes de que abran las terrazas y ya tienes ahí para una novela. Y si hablamos del Cádiz de cuando yo era chica… con el Carlos y la Pepa, la Uchi, el Donday, el mudo del Palillero, la Petróleo y la Salvaora… eso da para tres o cuatro tomos, pero hay que saber mirar con unos ojos que saquen a la luz toda la maravilla y el arte que hay detrás de cada estampa surrealista, que no es más que la vida misma de esta ciudad tan libre, tan ingobernable, tan irreverente y disparatada.
¿Es un disparate tu libro?
Mi libro es un disparate detrás de otro. Cada relato no es más que la narración de un hecho absurdo, carente de lógica o que sobrepasa los límites de lo ordinario y, sin embargo, algo tan cotidiano como puede ser hojear una revista “femenina”, sentarse a ver un programa de televisión, montar un negocio y que te salga el tiro por la culata o comer en familia mientras se discute qué queremos hacer con nuestro cuerpo cuando nos muramos. Yo le rindo culto al disparate tal y como hicieron los postistas en su día. En mis textos, la miseria convive con lo sublime y el loco con el genio, igual que en Cádiz, donde la gente se mezcla sin categorizar, porque todos somos víctimas del Levante y lo mismo un día estás muy bien y al otro estás para que te ingresen en el manicomio.
¿Cuáles son los temas que tratas para que el conjunto se haya convertido en un esperpento?
Fundamentalmente abordo formas de funcionar y creencias que seguimos a pies juntillas, que están idealizadas, pero que son para reírse en toda su cara, como pueden ser los cánones estéticos y las modas, el prototipo de mujer una vez pasados los cuarenta, la maternidad, el timo de la conciliación, la relación de pareja más allá de Pretty Woman, dar clase durante el confinamiento, la fe o el hecho comprobado de que el coronavirus entró en España por culpa de la manifestación del 8M. Este último tema sería para darse chocazos contra la pared si no fuera porque me lo he tomado a cachondeo y me he desahogado de lo lindo en el relato titulado Ira de mujer, ira de Lucifer. Desirée Ortega lo dramatizó estupendamente en la presentación que hicimos en el Espacio Fernando Quiñones. Alicia Domínguez Pérez ha colgado el video en YouTube, por si queréis verlo y os reís un ratito. Todo un despropósito convertido en cuento.
Entonces, esto es reírse por no llorar, ¿no?
Totalmente. A cada uno le toca la vida que le toca, pero tenemos la libertad de elegir cómo nos la tomamos. Feliz, feliz, no creo que haya nadie en este mundo, porque es imposible que todo sea perfecto en tu existencia. No me lo creo. A veces, las cosas van bien; otras veces, regular, y muchas, van como el culo. Eso es así. Tú puedes elegir estar cabreado todo el día y frustrarte porque quieres lo que no tienes o entender la realidad con sentido del humor, tomarte la vida a broma, luchar y rebelarte a través del cachondeo, reírte de lo establecido sin rendir pleitesía a nadie y ser como el bufón de la corte, que, desde su posición deforme y grotesca, le canta las verdades a cualquiera que se le ponga por delante, por muy privilegiado que sea. Aquí hay dos opciones: o te tiras por los bloques o te metes a chirigotera, que es lo más poderoso que puede hacerse hoy en día.
¿Es este libro una respuesta a la necesidad que tenemos de buenos momentos?
Por supuesto que sí. La pandemia nos está dejando una gran secuela: la ansiedad y la tristeza. Esto que estamos viviendo es desesperante. Necesitamos reírnos por salud mental y porque, como no nos demos una tregua, vamos a reventar. Yo intento transmitir la idea de que, por muy mal que vayan las cosas, no podemos permitir que nuestra casa se convierta en un valle de lágrimas. De eso nada. Yo reivindico el sentido del humor como motor de la vida, algo mágico capaz de darle la vuelta a la realidad y transformar la tragedia en comedia. Este libro es La Caleta en su estado puro, el Levante, el circo en el que vivimos, la locura y la libertad más salvaje. Aquí a la ruina le damos boleto rapidito, así que, ya sabéis: vamos a reírnos, no vaya a ser que dentro de poco también esté prohibido. Si vamos a llorar, que sea de risa. Y que nos quiten lo bailao.